Judas como paradigma: la ruptura desde dentro
[Tiempo de lectura: 4 minutos] En ciertos momentos históricos, la traición no llega desde fuera, sino desde adentro. Ese tipo de quiebre tiene un peso especial porque no desafía solo normas o alianzas, sino que desestabiliza el núcleo simbólico de un sistema. Las figuras de Judas y Bruto condensan este tipo de traición. Lo mismo, en un plano geopolítico contemporáneo, puede decirse de la política arancelaria de Donald Trump respecto a sus aliados tradicionales.
Judas no fue un opositor externo a Jesús: formaba parte de su círculo más íntimo, uno de los doce apóstoles. Traiciona no solo a una persona, sino a un vínculo directo con lo sagrado. Bruto, por su parte, no era simplemente un senador romano: era alguien cercano a Julio César, incluso considerado por muchos como su protegido. Su puñalada no fue solo física, sino también simbólica: una negación de la legitimidad del poder central romano desde dentro del círculo de confianza.
Algo similar ocurre cuando Donald Trump decide imponer aranceles a productos de países como Alemania, Francia o Canadá. Estados Unidos, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, había sido el principal impulsor del orden económico liberal internacional: libre comercio, alianzas multilaterales, apertura de mercados. Las instituciones como el GATT (antecesor de la OMC) fueron creadas con apoyo y liderazgo estadounidense para cimentar esa lógica. Trump no viene a desafiar ese modelo desde una postura externa o alternativa, sino desde la presidencia del país que lo diseñó y sostuvo durante décadas.
En este contexto, imponer barreras comerciales a países aliados no es solo una medida proteccionista más. Implica romper con el acuerdo fundacional del orden occidental liberal: la idea de que el comercio libre y fluido entre democracias capitalistas es la base de la estabilidad global. Ese acuerdo no solo tenía implicancias económicas, sino también ideológicas: articulaba una visión compartida del mundo. La fractura no es solamente política o estratégica, sino ontológica: afecta el sentido profundo de lo que ese sistema es.
Lo ontológico —es decir, aquello que tiene que ver con la forma en que concebimos y entendemos el ser y el orden de las cosas— no se rompe fácilmente. Pero cuando se rompe, no hay reglas técnicas que lo reparen. Se pierde la coherencia del modelo, su lógica interna.
Romperlo significa dejar atrás el consenso establecido en el período de posguerra, especialmente a partir de 1945, cuando EE.UU. y Europa comenzaron a proyectarse como un bloque económico y político unido frente al mundo. En términos simples: si durante más de medio siglo el libre comercio fue el símbolo de confianza y cooperación entre aliados, los aranceles lo transforman en un campo de disputa.
Dante, en La Divina Comedia, ubica a Judas y a Bruto en el centro del Infierno, no por la magnitud de sus crímenes, sino por el tipo de traición que representan: no destruyen desde fuera, sino desde adentro. En esa lógica simbólica, Trump asume un rol similar. No enfrenta al sistema occidental desde una periferia crítica, sino que, desde el núcleo de poder, rompe las reglas que daban sentido al conjunto.
Esta comparación no busca equiparar personas, sino reconocer un patrón histórico: la traición interna desestabiliza porque altera la forma en que se entiende el mundo. Ya no se trata de un conflicto entre modelos distintos, sino de una grieta dentro del modelo dominante. Lo que se derrumba no es solo una alianza, sino la estructura moral, simbólica y ontológica sobre la que se sostenía. Ese tipo de disrupción no se corrige con nuevas normas, porque lo que se pierde es la confianza como categoría estructurante. Y sin ella, todo el edificio ideológico tambalea.
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